Hoy celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Así pues, hablemos de trabajo.
Hablemos del trabajo que tenemos por delante. Luchar por una sociedad feminista supone realizar una tarea integral, que abarca el pasado, el presente y el futuro y que se realiza de una manera transversal. Supone, en primer lugar, releer la historia para encontrar los referentes femeninos que nos hemos ido dejando por el camino (porque haberlos los ha habido): científicas, políticas, escritoras, todas. Porque todas forman parte de nuestra Historia y por tanto de nuestra identidad, y deberían estar en nuestros libros de texto y en nuestra memoria colectiva. Significa también visibilizar los referentes femeninos que tenemos hoy en la Sociedad. Como dijo hace poco Leticia Dolera, el cine (y yo añado, todos los ámbitos y esferas de la vida) funcionan como un espejo de doble dirección, no solo reflejan la realidad sino que también la crean, funcionan como un motor de transformación dentro de la misma. Más voz, más espacio, más variedad en los relatos. Y, por último, significa educar a los más pequeños con una escala de valores diferente que les permita en el futuro convertirse también en referentes para otras generaciones, pero esta vez libres de prejuicios y de roles de género prefabricados. Y como digo, todo ello de manera transversal, es decir, en todos los ámbitos de la vida pública y privada, empezando por la familia y acabando por el Estado.
Hablemos del trabajo del que nunca se habla. Las tareas domésticas, ya sean de limpieza o de cuidados (atención a la infancia o a la ancianidad), han sido llevadas a cabo por las mujeres durante siglos sin ningún tipo de reconocimiento. Lejos de ser consideradas como lo que son, un trabajo, se han naturalizado y se han dado por sentado, obviando el inmenso valor social y económico que han tenido y siguen teniendo. La falta de ese reconocimiento, la precariedad del trabajo asociado a él y la distribución sexual desigual del mismo han traído consigo un sinfín de desigualdades que han dejado a la mujer sin protección y sin opciones. Entre lo más destacable cabe mencionar el desequilibrio de poder dentro del matrimonio a causa de la dependencia económica de la mujer respecto del marido, que la ha dejado desprotegida frente a la violencia de género durante generaciones; y la desigualdad en la adquisición de los derechos de ciudadanía asociados al trabajo (sanidad, pensiones, desempleo, etc.). La esfera reproductiva, que ha recaído sobre la mujer, ha hecho posible que el hombre se beneficiase de las ventajas de la esfera productiva, en la que ha tenido tradicionalmente el monopolio y más recientemente la hegemonía. Mención especial requieren a esas supermadres de la doble presencia: madres y esposas de antes y mujeres de ahora que solo paran de trabajar cuando duermen (¡y ni eso!).
Hablemos del trabajo que tienen que realizar las instituciones públicas. Posicionarse a favor de la igualdad el Día de la Mujer NO es suficiente. La desigualdad nos golpea los 365 días al año y por tanto la igualdad ha de ser una cuestión de Estado los 365 días del año. Hace falta compromiso, hacen falta recursos (económicos y humanos) y hace falta legislación.
Por otro lado, feminizar la política es una de las tareas principales dentro de la esfera pública, y debe realizarse en tres direcciones: en primer lugar, darles más espacio. Las mujeres constituyen la mitad de la población, si queremos que nuestras instituciones sean representativas, deben ocupar el espacio que les corresponde. Y aunque es evidente, es importante decirlo: para que entren las mujeres, hace falta que salgan algunos hombres, y eso requiere el compromiso de los partidos políticos, especialmente de los hombres que ahora copan los espacios de poder. En segundo lugar, es necesario darle una perspectiva de género a las políticas públicas, a todas. La perspectiva de género siempre suma, es un valor añadido, y ayuda a ver el efecto real que tienen las políticas públicas sobre la situación de las mujeres, que a veces pasa desapercibida. Y en tercer y último lugar, feminizar la política significa cambiar el modelo de liderazgo que ha prevalecido a lo largo de la Historia. Abogar por las mujeres y por los rasgos que tradicionalmente se han considerado como femeninos es abogar también por la paz, la convivencia, la tolerancia, el respeto mutuo. En una sociedad feminista, ganamos todos.
...y las privadas. La mayor parte de las desigualdades se sufren en la esfera privada, ya sea en el ámbito familiar o en el mercado laboral, y son más difíciles de combatir ya que esta esfera está mucho menos regulada. Hace falta legislación, pero es fundamental el compromiso del ámbito empresarial para combatir la desigualdad: de salarios, de trato, de requisitos para la contratación. Cuando vemos a una Cristina Pedroche con transparencias al lado de un Chicote entrado en carnes y en edad, debemos cambiar el punto de mira. El eje del debate no debe ser si ella ha sido libre o no de vestirse así (probablemente sí lo haya sido), lo que debemos preguntarnos es si también estaría ahí si libremente hubiera decidido otra cosa. Lo más probable es que la respuesta sea no, dada la similitud de situaciones cualquiera que sea la cadena, y ahí es donde debemos focalizar el problema. La empresa privada, televisión o no, debe comprometerse con la igualdad y acabar con esa norma no escrita que dicta que el hombre es el que pone la cabeza y la mujer la que pone el cuerpo.
Y hablemos del trabajo individual. El feminismo existe porque existe el machismo. Y el machismo se reproduce y perpetúa a nivel social gracias a comportamientos individuales que lo permiten. TODOS tenemos el poder de cambiar las cosas, y por tanto tenemos la responsabilidad y la obligación de hacerlo, y eso se consigue hablando de ello y trabajando por ello.
El futuro es feminista.
El futuro es feminista.
