miércoles, 15 de mayo de 2013

Rompeolas

No buscaba nada del otro mundo: un poco de paz, algo de música (quizás rock) y un lugar que no le trajera recuerdos amargos. Las personas la aturdían, son como ese zumbido que se mete por un oído hasta llegar a la cabeza para quedarse allí a vivir hasta que decide que ya es suficiente. Pero parecía imposible. No podía salir de la ciudad ni tampoco de su cuerpo. Decidió salir de la vida. Murió unas cuantas veces y con cada despertar se reconstruyó. Poco a poco las heridas parecían cerrarse pero entonces volvía el zumbido y la sangre salía a borbotones; solo eran parches. Al comienzo de su séptimo despertar decidió romper con los parches y con todo; cansada de reconstruirse, se reinventó. Forzó los engranajes de su cuerpo y de su alma y recolocó hasta el mínimo recoveco que quedaba en ella. Cuando terminó, no quedaba nada de lo que había sido. Desde lo más profundo de su ser salió un suspiro como el del artista que acaba de realizar su mejor obra. El siguiente suspiro se llevó consigo su última vida.

Tras el imparable rugir de las olas contra las rocas, el mar volvió a la calma. La espuma desapareció sin dejar rastro.

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