viernes, 26 de junio de 2015

Lo viejo y lo nuevo


Pablo Iglesias ha dicho No a Alberto Garzón (otra vez), y es un no que a priori no dice nada más que eso, no, pero que a medida que te acercas comienza a desprender un hedor capaz de tumbar a cualquiera. Al menos a cualquiera con buen olfato. Podemos ha salido a ganar, y eso supone desprenderse de todo lo que le impida conseguirlo, principalmente lo viejo, lo "cenizo"; ya sea el lenguaje, la estrategia (que viene a ser lo mismo) o los mismísimos valores. Porque si hay algo de lo que se ha impregnado la nueva política es de un sentido práctico que bloquea todo lo demás y que no encuentra obstáculo en nada. Adiós a la ideología, adiós al viejo debate de valores, adiós a la conciencia histórica. Es la trivialización de toda una historia de lucha en aras de un fin superior que nadie sabe muy bien qué significa pero al que todos parecemos venerar: 

El Cambio. 

Un cambio cuyo fin parece ser la transparencia y la normalidad. Que dado el contexto no está mal. Pero alguien debería decirle a Podemos que ni la transparencia ni el ser normal pueden ser el fin de un gobierno, sino un requisito previo: no se gobierna para ser transparente, se es transparente y entonces se gobierna. Y alguien debería decirle también a Pablo Iglesias que la prepotencia del que llega de nuevas y cree que lo sabe todo ni es un requisito ni es un fin, así que la puede dejar aparcada junto con las etiquetas de las que tanto huye. Porque ese cambio también consiste en dejar a un lado las etiquetas, y con ellas un lenguaje que representa a la política de la vieja escuela. Ese mismo lenguaje al que Izquierda Unida se niega a renunciar, aunque eso suponga renunciar también a ganar. ¿Por qué? Porque es un lenguaje que designa los viejos conflictos (la igualdad de oportunidades, la justicia social, la libertad, los derechos sociales, la memoria histórica) que, si nos paramos a mirar un poco, también son los conflictos de ahora, es decir, los de siempre. Porque si bien la política cambia -y así debe ser- o, mejor dicho, se regenera, los problemas a los que se enfrenta siempre son los mismos. Y la manera de abordarlos, lo que comúnmente llamamos ideología, también forma parte de ese lenguaje. 
Hay quien piensa que IU va a tener un problema para diferenciarse de Podemos en campaña y pedir el voto, pero yo creo que el problema -para quien se exige cuentas intelectuales- lo tienen los nuevos. IU tiene bastante claro lo que quiere para España, y va a por ello aunque eso suponga ir a contracorriente mediáticamente hablando. Pero, ¿cómo va a diferenciarse Podemos del resto de opciones si renuncian a un lenguaje que si para algo sirve es para diferenciar? Si creen que el debate ideológico está superado, ¿significa que creen que hay una manera de abordar los problemas común a todos, independiente de los valores, las creencias y la manera de entender la vida en sociedad? ¿Cómo van a defenderse a sí mismos como mejor opción si se venden como una opción para todos los gustos? ¿Qué tienen en común la derecha más rancia y la izquierda más radical para que ambas puedan encontrar en Podemos la solución a los problemas que atraviesa la sociedad? ¿Significa entonces que el cambio que venden es la asunción de la tecnocracia?

Yo sigo esperando a poder contestar alguna de esas preguntas, aunque son preguntas cuya respuesta parece carecer de importancia en este pulso de poder que no se diferencia en nada de la vieja política. También espero, paciente (aunque cada vez menos), a que empiecen a hablar de lo que realmente importa. Eso que no gana votos pero que mantiene la dignidad de la política como profesión. Porque no cabe duda de que la batalla mediática la ha ganado "lo nuevo", que ni es tan nuevo ni es tan bueno; pero puestos a elegir, yo me quedo con los viejos debates, es decir, con los debates de siempre, de ahora. Porque el cambio que busco no pasa por cambiar el discurso, pasa por emprender como proyecto de país lo que el discurso siempre ha tenido muy claro. Algo para lo que se necesita valentía, humildad, responsabilidad social y voluntad política. Pero son valores en los que nadie se fija ahora, porque no suponen cambiar sino recuperar. Y eso es cosa de viejos. 


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