jueves, 9 de marzo de 2017

Hablemos de trabajo

Hoy celebramos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Así pues, hablemos de trabajo.
Hablemos del trabajo que tenemos por delante. Luchar por una sociedad feminista supone realizar una tarea integral, que abarca el pasado, el presente y el futuro y que se realiza de una manera transversal. Supone, en primer lugar, releer la historia para encontrar los referentes femeninos que nos hemos ido dejando por el camino (porque haberlos los ha habido): científicas, políticas, escritoras, todas. Porque todas forman parte de nuestra Historia y por tanto de nuestra identidad, y deberían estar en nuestros libros de texto y en nuestra memoria colectiva. Significa también visibilizar los referentes femeninos que tenemos hoy en la Sociedad. Como dijo hace poco Leticia Dolera, el cine (y yo añado, todos los ámbitos y esferas de la vida) funcionan como un espejo de doble dirección, no solo reflejan la realidad sino que también la crean, funcionan como un motor de transformación dentro de la misma. Más voz, más espacio, más variedad en los relatos. Y, por último, significa educar a los más pequeños con una escala de valores diferente que les permita en el futuro convertirse también en referentes para otras generaciones, pero esta vez libres de prejuicios y de roles de género prefabricados. Y como digo, todo ello de manera transversal, es decir, en todos los ámbitos de la vida pública y privada, empezando por la familia y acabando por el Estado.
Hablemos del trabajo del que nunca se habla. Las tareas domésticas, ya sean de limpieza o de cuidados (atención a la infancia o a la ancianidad), han sido llevadas a cabo por las mujeres durante siglos sin ningún tipo de reconocimiento. Lejos de ser consideradas como lo que son, un trabajo, se han naturalizado y se han dado por sentado, obviando el inmenso valor social y económico que han tenido y siguen teniendo. La falta de ese reconocimiento, la precariedad del trabajo asociado a él y la distribución sexual desigual del mismo han traído consigo un sinfín de desigualdades que han dejado a la mujer sin protección y sin opciones. Entre lo más destacable cabe mencionar el desequilibrio de poder dentro del matrimonio a causa de la dependencia económica de la mujer respecto del marido, que la ha dejado desprotegida frente a la violencia de género durante generaciones; y la desigualdad en la adquisición de los derechos de ciudadanía asociados al trabajo (sanidad, pensiones, desempleo, etc.). La esfera reproductiva, que ha recaído sobre la mujer, ha hecho posible que el hombre se beneficiase de las ventajas de la esfera productiva, en la que ha tenido tradicionalmente el monopolio y más recientemente la hegemonía. Mención especial requieren a esas supermadres de la doble presencia: madres y esposas de antes y mujeres de ahora que solo paran de trabajar cuando duermen (¡y ni eso!).
Hablemos del trabajo que tienen que realizar las instituciones públicas. Posicionarse a favor de la igualdad el Día de la Mujer NO es suficiente. La desigualdad nos golpea los 365 días al año y por tanto la igualdad ha de ser una cuestión de Estado los 365 días del año. Hace falta compromiso, hacen falta recursos (económicos y humanos) y hace falta legislación. 
Por otro lado, feminizar la política es una de las tareas principales dentro de la esfera pública, y debe realizarse en tres direcciones: en primer lugar, darles más espacio. Las mujeres constituyen la mitad de la población, si queremos que nuestras instituciones sean representativas, deben ocupar el espacio que les corresponde. Y aunque es evidente, es importante decirlo: para que entren las mujeres, hace falta que salgan algunos hombres, y eso requiere el compromiso de los partidos políticos, especialmente de los hombres que ahora copan los espacios de poder. En segundo lugar, es necesario darle una perspectiva de género a las políticas públicas, a todas. La perspectiva de género siempre suma, es un valor añadido, y ayuda a ver el efecto real que tienen las políticas públicas sobre la situación de las mujeres, que a veces pasa desapercibida. Y en tercer y último lugar, feminizar la política significa cambiar el modelo de liderazgo que ha prevalecido a lo largo de la Historia. Abogar por las mujeres y por los rasgos que tradicionalmente se han considerado como femeninos es abogar también por la paz, la convivencia, la tolerancia, el respeto mutuo. En una sociedad feminista, ganamos todos.
...y las privadas. La mayor parte de las desigualdades se sufren en la esfera privada, ya sea en el ámbito familiar o en el mercado laboral, y son más difíciles de combatir ya que esta esfera está mucho menos regulada. Hace falta legislación, pero es fundamental el compromiso del ámbito empresarial para combatir la desigualdad: de salarios, de trato, de requisitos para la contratación. Cuando vemos a una Cristina Pedroche con transparencias al lado de un Chicote entrado en carnes y en edad, debemos cambiar el punto de mira. El eje del debate no debe ser si ella ha sido libre o no de vestirse así (probablemente sí lo haya sido), lo que debemos preguntarnos es si también estaría ahí si libremente hubiera decidido otra cosa. Lo más probable es que la respuesta sea no, dada la similitud de situaciones cualquiera que sea la cadena, y ahí es donde debemos focalizar el problema. La empresa privada, televisión o no, debe comprometerse con la igualdad y acabar con esa norma no escrita que dicta que el hombre es el que pone la cabeza y la mujer la que pone el cuerpo.
Y hablemos del trabajo individual. El feminismo existe porque existe el machismo. Y el machismo se reproduce y perpetúa a nivel social gracias a comportamientos individuales que lo permiten. TODOS tenemos el poder de cambiar las cosas, y por tanto tenemos la responsabilidad y la obligación de hacerlo, y eso se consigue hablando de ello y trabajando por ello. 
El futuro es feminista.

miércoles, 13 de enero de 2016

Podemos, pero no queremos

Finalmente, empieza la legislatura heredera del 15M, y no sé si realmente será la legislatura del cambio o no, pero lo que tengo claro es que va a ser la legislatura del espectáculo. Desde el 20 de diciembre hasta hoy, lo único que he visto por parte de aquellos que dicen abanderar el cambio y ser la "verdadera izquierda" es puro efectismo y fuegos artificiales. Podemos intenta configurarse como un partido político pero sigue actuando como un movimiento social, y sus componentes tienen más de estrategas que de políticos, que es precisamente lo que más necesitamos ahora: políticos, y de los buenos. Pablo Iglesias dice que no dejará gobernar ni por activa ni por pasiva al Partido Popular, pero establece unas líneas rojas que sabe que su posible aliado no va a traspasar nunca, lo que denota varias cosas. La primera, su escasa voluntad de configurar una alternativa al último gobierno, a pesar de sus palabras. La segunda, que no tiene la vista puesta en comenzar con la política de pactos que han mandado ineludiblemente las urnas, sino en preparar unas segundas elecciones en las que consigan arrebatarle al PSOE lo que no consiguieron en las primeras. Y por último y peor de todo, que no le importa sacrificar las políticas sociales que podrían llevarse a cabo si adoptasen esa mentalidad institucional que se necesita para hacer política parlamentaria. Pues bien, quizá no dejen que gobierne el PP por activa, pero desde luego sí por pasiva. O lo que es peor, nos llevarán a unas segundas elecciones en las que lo más probable es que el PP alcance una mayoría mucho más amplia que la que tiene ahora, reduciendo las posibilidades de emprender reformas sociales con el PSOE y democráticas con C's. Bravo. 

Pero el efectismo y el electoralismo no queda ahí, porque después de un sinfín de pullitas al partido con el que se supone que tienen que intentar pactar, llega la conformación de la mesa del Congreso. Hay quienes piensan que este pacto a tres perjudica al PSOE, porque simboliza los futuros pactos que se van a dar durante la legislatura. Yo creo que el que queda en peor lugar es Podemos, que demuestra, de nuevo, una nula capacidad para pactar incluso lo más básico. Por no hablar de que la composición de la mesa, además de contar con una mayoría femenina por primera vez -lo cual me agrada enormemente-, respeta bastante bien los criterios de proporcionalidad, tanto en número como en relevancia del cargo. 





Pero claro, a Podemos no le conviene intervenir en esa política de pactos, porque lo que necesita es mostrarse como el único íntegro que no se vende por un puesto y que no pacta con la derecha, como si se pudiera obviar a una fuerza que tiene 122 escaños (que es como obviar a gran parte de la población a la que quieres representar) y como si fuera deseable desde el punto de vista democrático. Si esta es la línea que van a seguir durante los próximos cuatro años, no es descabellado pensar que si las decisiones dependieran de Podemos, solo se conseguiría avanzar si tuvieran mayoría absoluta. Seguimos para bingo. 

Lo último ha venido de la mano de la parlamentaria Carolina Bescansa, que ha llevado a su hijo a la sesión de constitución de la Cámara. No es que me parezca mal el hecho en sí, pero sí me lo parece cuando se da en un contexto en el que la realidad supera a la ficción. No hay nada que defina mejor esta actuación que la búsqueda de protagonismo, que demuestra, otra vez, el mero efectismo que rodea a Podemos en los últimos tiempos: porque tenía medios alternativos para cuidar a su hijo, y porque es un efecto que carece de lógica en el momento en el que se ha dado. Lo que ha conllevado, además, que se hable de eso en vez de que de la Serna esté apoltronado en su escaño o de que, a pesar de todo, los pactos razonables entre fuerzas distintas son posibles, lo cual no deja de ser un triunfo de la democracia.

Podemos quiere cambiarlo todo pero no hace absolutamente nada. Nada profundo, al menos. El cambio estético está bien cuando representa un cambio real pero, cuando no, resulta decepcionante e incluso insultante. El 15M no iba de esto. 
Merece la pena tomar estas palabras de un artículo de Javier Cercas para recordarle ciertas cosas a Pablo Iglesias:

Que, en democracia, la política no debe ser épica ni sentimental sino aburrida y sosa, que hay que dejar la épica y los sentimientos para el arte y la vida privada, que la política es prosa y no poesía, que la tarea del político no consiste en intentar traer el cielo a la tierra sino sólo en mejorar la tierra –en esa humildad estriba su grandeza–.

viernes, 26 de junio de 2015

Lo viejo y lo nuevo


Pablo Iglesias ha dicho No a Alberto Garzón (otra vez), y es un no que a priori no dice nada más que eso, no, pero que a medida que te acercas comienza a desprender un hedor capaz de tumbar a cualquiera. Al menos a cualquiera con buen olfato. Podemos ha salido a ganar, y eso supone desprenderse de todo lo que le impida conseguirlo, principalmente lo viejo, lo "cenizo"; ya sea el lenguaje, la estrategia (que viene a ser lo mismo) o los mismísimos valores. Porque si hay algo de lo que se ha impregnado la nueva política es de un sentido práctico que bloquea todo lo demás y que no encuentra obstáculo en nada. Adiós a la ideología, adiós al viejo debate de valores, adiós a la conciencia histórica. Es la trivialización de toda una historia de lucha en aras de un fin superior que nadie sabe muy bien qué significa pero al que todos parecemos venerar: 

El Cambio. 

Un cambio cuyo fin parece ser la transparencia y la normalidad. Que dado el contexto no está mal. Pero alguien debería decirle a Podemos que ni la transparencia ni el ser normal pueden ser el fin de un gobierno, sino un requisito previo: no se gobierna para ser transparente, se es transparente y entonces se gobierna. Y alguien debería decirle también a Pablo Iglesias que la prepotencia del que llega de nuevas y cree que lo sabe todo ni es un requisito ni es un fin, así que la puede dejar aparcada junto con las etiquetas de las que tanto huye. Porque ese cambio también consiste en dejar a un lado las etiquetas, y con ellas un lenguaje que representa a la política de la vieja escuela. Ese mismo lenguaje al que Izquierda Unida se niega a renunciar, aunque eso suponga renunciar también a ganar. ¿Por qué? Porque es un lenguaje que designa los viejos conflictos (la igualdad de oportunidades, la justicia social, la libertad, los derechos sociales, la memoria histórica) que, si nos paramos a mirar un poco, también son los conflictos de ahora, es decir, los de siempre. Porque si bien la política cambia -y así debe ser- o, mejor dicho, se regenera, los problemas a los que se enfrenta siempre son los mismos. Y la manera de abordarlos, lo que comúnmente llamamos ideología, también forma parte de ese lenguaje. 
Hay quien piensa que IU va a tener un problema para diferenciarse de Podemos en campaña y pedir el voto, pero yo creo que el problema -para quien se exige cuentas intelectuales- lo tienen los nuevos. IU tiene bastante claro lo que quiere para España, y va a por ello aunque eso suponga ir a contracorriente mediáticamente hablando. Pero, ¿cómo va a diferenciarse Podemos del resto de opciones si renuncian a un lenguaje que si para algo sirve es para diferenciar? Si creen que el debate ideológico está superado, ¿significa que creen que hay una manera de abordar los problemas común a todos, independiente de los valores, las creencias y la manera de entender la vida en sociedad? ¿Cómo van a defenderse a sí mismos como mejor opción si se venden como una opción para todos los gustos? ¿Qué tienen en común la derecha más rancia y la izquierda más radical para que ambas puedan encontrar en Podemos la solución a los problemas que atraviesa la sociedad? ¿Significa entonces que el cambio que venden es la asunción de la tecnocracia?

Yo sigo esperando a poder contestar alguna de esas preguntas, aunque son preguntas cuya respuesta parece carecer de importancia en este pulso de poder que no se diferencia en nada de la vieja política. También espero, paciente (aunque cada vez menos), a que empiecen a hablar de lo que realmente importa. Eso que no gana votos pero que mantiene la dignidad de la política como profesión. Porque no cabe duda de que la batalla mediática la ha ganado "lo nuevo", que ni es tan nuevo ni es tan bueno; pero puestos a elegir, yo me quedo con los viejos debates, es decir, con los debates de siempre, de ahora. Porque el cambio que busco no pasa por cambiar el discurso, pasa por emprender como proyecto de país lo que el discurso siempre ha tenido muy claro. Algo para lo que se necesita valentía, humildad, responsabilidad social y voluntad política. Pero son valores en los que nadie se fija ahora, porque no suponen cambiar sino recuperar. Y eso es cosa de viejos. 


martes, 12 de mayo de 2015

a pleno pulmón

Las paredes de la sala eran de color blanco, lisas. Le daba claridad a la exposición, le oí decir en alguna ocasión al dueño de la casa -ahora museo-, realzaba las pinturas. Nada más entrar en ella comencé a observar detenidamente. Me refiero a las personas, claro, no a las obras. Había gentes de todo tipo, grupos de lo más variado a los que me acercaba disimuladamente para escuchar apenas unas palabras de lo que les sugerían aquellos cuadros. Palabras de admiración, la mayor parte de las veces; palabras vacías casi siempre. Seguí observando. No sabía qué estaba buscando pero entonces lo encontré ante mis ojos y supe qué era. Quién eras. Querías ocultarte entre los visitantes, y casi lo consigues, he de reconocerte eso. Pero tu mirada era la de aquel que va dejando un pedacito de vida en cada nuevo atardecer. Era la del artista cuyas obras le queman en los ojos. Y tus yemas te delataban. Imposible pasarte por alto.

Saliste de la estancia y no pude evitar seguir tus pasos. A la salida, un pasillo. Una habitación, dos habitaciones, tres habitaciones. Entraste en la cuarta. Entré contigo. Y, sin quererlo (o quizá sí), entré en ti. Esta nueva sala no tenía las paredes blancas, no era clara, ni ordenada, pero era tan conmovedora que me hacía temblar de arriba a abajo. No, de abajo a arriba, todo empezaba por los pies, que pisaban con la punta uno de los tantos bocetos que contenía el cuarto. Muchos estaban rotos, rasgados más bien, como si el autor buscara hacerles daño pero sin querer destruirlos del todo. Como si tuvieras miedo de matar una parte de ti también. Sentí el impulso de acercarme, de tocarte, pero me contuve. No sé si temía que te apagaras con el roce o que me quemaras en el intento. Lo que sí sé es que acababa de entrar directa y sin permiso al corazón de tu mente, o de tu obra, que viene a ser lo mismo.

Por primera vez desde que había entrado en aquella sala dejé de mirarte - no sin un gran esfuerzo - y comencé a mirar todas las pinturas que me rodeaban. El proceso de creación. Repasé con las yemas de los dedos aquellos trazos desiguales, enfadados, enérgicos, a veces tristes. Cada uno parecía esconder el peso de una historia. No sabría decir si se trataba siempre de la misma historia o si eran historias distintas sobre un mismo hombre, pero todas latían bajo un mismo tempo, de eso no había duda.

Esta debería ser la verdadera exposición, pensé.

Salí sin hacer ruido de esa habitación y volví a aquella primera de paredes blancas. Apenas quedaban dos o tres personas. Esperé a que se fueran y me senté en el suelo, también blanco, justo en el centro. Cerré los ojos durante dos segundos, quizá algo más, y comencé a respirar aquel aire turbado de ti. Te atravesé. Me dejé quemar. Entonces dejé de ver trazos para empezar a ver golpes de aliento. Pequeñas dosis de oxígeno entre pincelada y pincelada. Justo esas que parecían faltarte. Entonces te entendí. Y solo entonces te vi.

Definitivamente, aquellas paredes no deberían ser blancas.

Tendría que haber pasado una caballería por ellas para acercarse siquiera a lo que las obras pedían. O, como mínimo, pensé, haber pasado por la mano de Pollock.

La iluminación también era excesiva, tan hiriente como el blanco brillante. Me levanté y busqué el regulador. Dejé la sala a media luz, casi rozando la penumbra, y salí con cuidado.

No soportaría despertar al corazón palpitante que dormía reposado sobre los lienzos. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Declaración de Principios #1


1. Mientras haya tres mundos en lugar de uno solo, no habrá ser humano sino animales separados por patrias. 

2. El nacionalismo mal entendido es aquello que nos permite cometer las mayores atrocidades en aras de un fin aparentemente legítimo. 

3. Si Dios es todas las cualidades positivas elevadas a la máxima potencia, entonces el único Dios en el que creo es la Naturaleza. 

4. La calidad de una sociedad reside en cómo trata a sus minorías. 

5. Cualquier pretensión de Paz sin Justicia social es una ilusión, una invención para contener las conciencias.

6. La pena de muerte no es justicia, es la arrogancia del ser humano llevada al extremo.

7. La valentía no es cualidad de los que no tienen miedo sino precisamente todo lo contrario.

8. Las buenas mentiras se basan en pequeñas verdades, buscan los vacíos entre ellas. La Religión es la mayor mentira que el hombre ha sido capaz de crear. 

9. La maldad, la mayor parte del tiempo, no va acompañada de complejidad intelectual sino de la más repelente mediocridad. 

10. Solo el sabio y humilde sabe diferenciar entre lo que es medio y lo que es fin en sí mismo.

11. No se llega a lo Universal a través de lo común, sino a través de lo propio. El artista es aquel que contando su verdad más íntima es capaz de contar verdades universales.

12. La legitimidad de algo no reside en las consecuencias que conlleva sino en las causas que lo mueven.

13. El arte es arte porque es innecesario... ¡pero cuán necesario es!

14. Aquel que tiene poder para cambiar las cosas y decide no hacerlo no es merecedor de dicho poder.

15. En el terreno de lo humano, lo objetivo no existe. Aquello que entendemos por objetividad no es más que una subjetividad aceptada socialmente. 

16. El verdadero sabio no es el que sabe mucho, sino el que es consciente de lo poco que sabe. La sabiduría no está en la respuesta sino en la pregunta.

17. La vocación no es un descubrimiento de la niñez, es la reafirmación diaria de una decisión ya tomada.

18. El Paraíso no existe alejado de la Literatura.

19. No hay patria más bella que la Verdad, incluso aunque esta no exista.


miércoles, 11 de febrero de 2015

La banalidad del mal

Hannah Arendt, en su obra Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal, decía - no sin levantar una oleada de protestas por todo el mundo - que este alto cargo de las SS nazis que acababa de ser juzgado no era el hombre más cruel y desalmado sobre la faz de la Tierra, como era visto por la gran mayoría, sino un simple burócrata. Eichmann cumplía con el deber que se le había encomendado dentro del sistema (nazi, pero el sistema legal al fin y al cabo) sin hacerse ningún tipo de planteamiento moral o intelectual, y por eso fue capaz de realizar tales fechorías: simplemente, dejó de pensar.  

El holocausto es algo racionalmente incomprensible y emocionalmente imposible de asimilar. Sin embargo, sucedió. George Steiner alegaba - con una razón abrumadora - que ese momento de la historia universal que alcanzó su máxima expresión con los campos de concentración de Auschwitz fue posible porque el 90% de los europeos estaba de acuerdo. Que había más gente de acuerdo que en desacuerdo es algo evidente, la historia suele acompañar a las mayorías. Sin embargo, creo que el verdadero problema es que el 90% de Europa no se hizo ningún planteamiento de tipo moral o intelectual, renunció a la esencia del ser humano y con ello eludió su responsabilidad: simplemente, dejó de pensar. 

Esto me lleva a confirmar algo a lo que ya venía dándole vueltas un tiempo: la mediocridad es el peor enemigo del ser humano. Y ni siquiera es una conclusión a la que haya llegado pensando en el holocausto, sino sencillamente observando las reacciones de la gente ante cosas desde lo más insignificante, como que un futbolista se vaya de fiesta tras perder un partido (el holocausto es, sin lugar a dudas, mucho más interesante y complejo), hasta lo más relevante, como un pacto de Estado que incluye una cláusula en la que se acepta la cadena perpetua. Así, sin reflexión ni debate, porque este es nuestro siglo XXI. Y porque tras dos guerras mundiales y un holocausto nazi seguimos anestesiados por ese derecho al olvido que nos hemos auto-reconocido para poder convivir con los horrores que la civilizada Europa de antes de ayer cometió bajo la influencia del no pensamiento
Y una de las cláusulas de ese derecho auto-reconocido es que podemos vivir sin reflexionar, porque después de tanto sufrimiento nos lo hemos ganado (¡ja!). Y esto supone un problema para mi segunda conclusión, cuya esencia radica en que el mejor arma para combatir la mediocridad es la Memoria. No se trata desde luego de una memoria autómata que recuerda todos y cada uno de los hechos sin entender nada. Se trata de una memoria cuyo último fin busca ir más allá y llegar a una verdad más universal; entender - y no justificar - qué es lo que pasó, por qué pasó, cómo pudo pasar y lo que es más importante, qué pasa a partir de ahí. Porque el error más grande que puede cometer la sociedad es intentar avanzar sin entender que la Historia ha cambiado radicalmente de plano y que dejar de pensar trae consecuencias que no nos podemos permitir. Recordar y entender para no repetir.

No pretendo, ni mucho menos, comparar el holocausto con el pacto de Estado realizado recientemente en España (cuya polémica cláusula viene camuflada, en mi opinión, bajo el escudo de la seguridad, algo muy distinto de lo que subyace en ella), pero cuando algo sucede sin que medie una reflexión - moral, intelectual, social - me saltan todas las alarmas, sobre todo cuando la sociedad reacciona a tan bajo nivel como sus representantes actúan. Pues bien es sabido que los atavismos más crasos sienten la necesidad más impetuosa de cubrirse con un ropaje de modernidad y progreso, citando a Hermann Hesse, escritor a quien tampoco le faltaba razón cuando decía que

No hay nada tan malvado, salvaje y cruel en la naturaleza como el hombre normal.


martes, 2 de diciembre de 2014

Trascender la belleza

Durante mucho tiempo intenté convencerme de que podía asumir la muerte como algo natural, ajeno a mí. Luego lo entendí. El primero en decir que la vida y la muerte son caras de una misma moneda encontró la mayor verdad universal. Y es que cuando aprieto los ojos y el alma para sentir la vida hasta en la última fibra de mí, no puedo evitar sentir también la muerte; latente, paciente. La muerte es parte de la vida. La vida es parte de la muerte. Y ambas son parte de mí. Cuesta asumirlo cuando no crees en el más allá y sabes que el más acá, tarde o temprano, termina. En el instante en el que realmente eres consciente, la realidad se vuelve cruel y fría como un témpano de hielo. Durante un segundo intento vivirlo todo a la vez por si la muerte decide sorprenderme a la mañana siguiente. Durante el segundo siguiente, tras el fracaso de la primera opción, intento salir de la vida en un intento desesperado de huir de la muerte, como si en una rabieta intentara dejar de respirar, pero desde dentro. Porque mientras el corazón me arde en el pecho, mis brazos siguen cruzados en frente de la pantalla del ordenador.

Siempre he sido más de sentir en silencio.

Ahora ya no puedo asumirla sin más. Necesito entenderla, trascenderla. Y en una búsqueda interminable he encontrado aquello que me calma el miedo. El equilibro de grandezas.
Cuando pienso en el ser humano no puedo evitar pensar en arte, arte y más arte. Las grandes tragedias griegas, la literatura, la música, la ciencia, y todo aquello que me hace temblar hasta dejarme sobre las rodillas. Todo ese arte resarce la grandeza de la humanidad, y de tanto admirarla me hace sentir impotente. Lo que no llegaré a conocer, a entender, a ver, a sentir...  La grandeza de la complejidad imperfecta.
Pensar en la naturaleza, en cambio, no me produce tal agitación sino todo lo contrario: paz. "Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando...", decía Juan Ramón. Y en realidad no iré sino volveré al comienzo. A esa perfecta maquinaria que, a pesar de su paz, nos hace sentir pequeños. La grandeza de la complejidad perfecta.

Y es ahí, entre lo perfecto y lo imperfecto donde nos encontramos; siempre en lo difícil. Es ahí donde puedo entender la vida y la muerte como una sinergia que lo embellece todo.
El arte es lo que nos salva de la vida. La vida es lo que nos salva de la muerte. La muerte, lo que nos regala y nos arrebata la grandeza.
Efímera y eterna.
Cruel. Hermosa.
Real.
Como la vida. Como la muerte.